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Cuando uno
visita Sri Lanka, entiende por completo el significado de serendipia: “Hallazgo
valioso que se produce de manera accidental o casual”. Y entonces se explica
que el término proceda de Serendip, antiguo nombre que daban los persas a la
Ceilán de nuestra EGB.



Sorprende también
la religiosidad que impregna la sociedad, manifestada no solo en los numerosos
templos budistas, hinduistas, musulmanes y católicos, sino también en los
altares de los distintos credos que jalonan las carreteras de la isla.
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Bajando a
aspectos más prosaicos, llama la atención la forma de conducir de los
srilanqueses, quizá algo anárquica para nuestros cánones. Pero todavía resulta
más inesperada la paciencia que demuestran entre sí los conductores en los
enjambres que forman coches, tuk tuks y autobuses. Esa capacidad de aguante, o respeto, alcanza su máxima expresión en la ausencia de reproches ante
determinadas maniobras que aquí encenderían al más templado.
Sin duda, la
antigua Serendip es un hallazgo valioso descubierto de manera casual. Lo
curioso es que los visitantes no somos los únicos asombrados. A los
srilanqueses también les sorprendemos los occidentales y, especialmente los
niños, no pueden en ocasiones evitar darse codazos y reírse disimuladamente
cuando se cruzan con nosotros. Debemos de resultarles muy exóticos.
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