Mi generación ya casi no fuma


Hace años, la entonces Caja Municipal de Pamplona regalaba a sus clientes de menor edad unas camisetas en las que podía leerse: “Mi generación no fuma”. En aquel tiempo -cuando no estaban tan divulgados los perjuicios del tabaco-, el lema resultaba original e innovador. Hoy pasaría prácticamente desapercibido.

Muchos años después, cualquiera, como es mi caso, que haya sido fumador y esté empezando a despedir la treintena, podría afirmar: “Mi generación ya casi no fuma”. Y si todavía no tiene esa percepción, que se asome a cualquier fotografía de juventud de una celebración entre amigos, la sobremesa de una cena o una boda, por ejemplo. Rara es la mano que no sostiene un cigarrillo o un puro.

Parece probado que las campañas antitabaco, antes incluso que la cruzada recién iniciada por la ministra Salgado, van obteniendo resultados. Puede también que su eficacia aumente entre los de mi generación porque, como se suele decir, ya vamos teniendo una edad... Con los años, hemos ido perdiendo esa despreocupación por la salud propia tan insolente como juvenil.

A estas alturas ya nadie discute los daños que fumar lleva aparejados. Lo que no encuentro demasiado acertadas son las promesas que enumeran la mayoría de métodos o listas de consejos para el abandono del tabaco. En concreto, no he percibido ninguna mejora sustancial en mi capacidad olfativa o gustativa desde que dejé los cigarrillos. A corto plazo, y esto es una verdad universal, el único que gana protagonismo es el penúltimo agujero del cinturón, al que tantas privaciones y ejercicio me costó dejar en el paro.

Cierto es que con la nueva ley, fumarse un cigarro en un lugar público se ha convertido en una arriesgada misión. Entiendo que los todavía amantes del humo azulado se sientan perseguidos y discriminados. Pese a todo, seguro que este acoso se traducirá dentro de unos años en una menor incidencia de determinadas enfermedades.

Mientras tanto, me atrapa la nostalgia al mirar las fotos de aquellas lejanas cenas y bodas que, por el humo del ambiente, parecíamos celebrar en el “Ricks Café Americain”, aquel que regentaba Humphrey Bogart en “Casablanca”. Pero, sinceramente, al verlas ya casi no añoro el tabaco, sino lo despreocupados que vivíamos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo soy exfumador y sí veo ventajas a esto de abandonar el vicio: el sabor no sé, pero la capacidad pulmonar se recupera notablemente.

Estoy de acuerdo contigo en que las principales virtudes son de carácter económico: por una parte el dinero que nos ahorramos los que abandonamos el vicio y por otra, más importante, que los recursos sanitarios podrán dirigirse a otras necesidades.