El mando a distancia

Hace unos días fallecía el estadounidense Robert Adler. Aunque su nombre no resulte conocido, fue uno de los ingenieros inventores del mando a distancia, motivo suficiente para ocupar un lugar preferente en la galería de los personajes ilustres del siglo pasado.

Cuando en 1956 desarrolló su invento para la empresa Zenith, Adler difícilmente pudo siquiera intuir cómo el mando a distancia iba a cambiar la forma de entender el entretenimiento. En consonancia con su nombre, tener en la mano este dispositivo equivale a portar la vara de mando, en este caso del salón familiar.

El invento ha traído comodidad, no cabe duda, pero también lleva oculta cierta carga de confrontación a la hora de elegir un canal entre quien lo maneja y el resto de televidentes, más en estos tiempos de oferta televisiva tan abundante. Eso, sin querer entrar en el tópico de que los hombres se adueñan del mando y practican sin piedad el zapeo (adaptación de la Real Academia Española del término inglés zapping).

Además de virtudes, al mando a distancia hay que atribuirle algún que otro defecto, como el de favorecer los comportamientos sedentarios que -según nos advierten continuamente- tanto caracterizan a nuestra sociedad. No podemos negarlo: sentarse frente al televisor con el mando en la mano le hace a uno sentir todo el poder en las yemas de sus dedos. Muchas veces sólo existe lo que vemos en televisión y, gracias a este dispositivo, podemos elegir la “realidad” que más nos apetezca sin movernos del sofá.


Por otra parte, el mando ha conseguido que ya nunca apaguemos totalmente la televisión. Para que la comodidad sea total, el receptor ha de quedar en espera (posición habitualmente denominada standby). En estos días de oscuros vaticinios relacionados con el cambio climático, cabe recordar que mantener encendido ese piloto de la televisión también consume energía. Sirva como dato que dejar el aparato en espera supone en un país como el Reino Unido arrojar anualmente a la atmósfera 480.000 toneladas de CO2. Un coste muy alto para ahorrarnos los tres pasos de ida y tres de vuelta que separan el sofá y la televisión.

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