Cambio climático e iluminación navideña

El 15 de noviembre, la mayoría de los ayuntamientos de las grandes ciudades españolas se sumó al apagón de cinco minutos contra el cambio climático. Una actitud plausible cuya intención quedó en entredicho pocos días después. En menos de dos semanas, esos mismos ayuntamientos encendían la iluminación navideña, repartida profusamente por las principales calles. ¿En qué quedamos?

En los últimos años, con sonido de cierta excusa, ya no se detalla como antes el número de bombillas que nos iluminarán las Navidades. Y cada vez se habla más del empleo para esta decoración de bombillas de bajo consumo. De acuerdo, pero consumo en definitiva.

Asistimos mientras tanto a una escalada de los precios del petróleo que algunos ya se aventuran a comparar con la de 1973. En ese año, por ejemplo, la Gran Vía madrileña se quedó sin luces de Navidad. Y de aquel tiempo todavía recuerdo un anuncio televisivo en el que se nos invitaba a tener encendidas el menor número posible de luces en casa porque, como decía el eslogan: “Aunque usted pueda pagarlo, España no puede”.

En nuestros días, cómodamente instalados en la sociedad del bienestar, apenas se escuchan opiniones contrarias a la iluminación navideña como propuesta para ahorrar energía. Ahora, al parecer, todos podemos pagarlo, tanto España como los españolitos.

Si hacemos caso de las previsiones sobre la duración de las reservas petrolíferas, deberíamos pensar ya en empezar a prescindir de las estrellas, los renos y las campañas que adornan nuestras calles durante estos días. Voces nada agoreras estiman que en unos 25 años empezará a mermar la capacidad productiva de los pozos de petróleo. Tampoco queda tanto tiempo para conseguir que las energías renovables sean una verdadera alternativa a la producida por los combustibles fósiles. Y menos todavía para descubrir nuevas fuentes de energía, si es que las hay.

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