Síndrome postvacacional

Llegadas estas fechas de transición entre el verano y el otoño, los medios de comunicación nos alertan de las numerosas, y en apariencia preocupantes, consecuencias que lleva aparejado el síndrome postvacacional.

El síndrome se define como un conjunto de síntomas que reflejan un estado de ánimo fruto de una reacción de rechazo al trabajo tras un periodo más o menos prolongado de vacaciones. Los síntomas van desde una situación próxima a la depresión, irritabilidad, ansiedad o insomnio hasta palpitaciones, taquicardias o problemas de estómago, entre otros. Casi nada. Sin embargo, y eso me deja más tranquilo, el síndrome postvacacional no está aceptado como enfermedad en las principales clasificaciones internacionales. Al menos de momento.

No cabe duda de que a algunas personas les resulta insoportable la vuelta al trabajo después de las vacaciones. Un estrés excesivo en la actividad profesional diaria o un mal ambiente en el lugar del trabajo no invitan, desde luego, a reincorporarse tras el descanso veraniego.

Pero, al mismo tiempo, tanto oír sobre el síndrome postvacacional, como si de una pandemia se tratara, da que pensar si ésta no será otra manifestación de que nuestra sociedad se está volviendo un poco “blandengue”. Es un hecho que ante cualquier dificultad que plantea la vida, y que la ha planteado siempre, se acaba describiendo un síndrome y convirtiendo en víctimas a quienes lo sufren. Llama la atención que, por ejemplo, se organicen cursos para que los estudiantes puedan manejar el estrés ante los exámenes. Agobios siempre ha habido ante un examen y quién no conoce el caso del estudiante que se quedó en blanco a pesar de iba bien preparado. O eso decía.

Está claro que a casi nadie le agrada que terminen sus vacaciones. Sin embargo, la vuelta a la normalidad también tiene ciertas ventajas. Si las vacaciones son necesarias, que lo son, para poder apreciarlas es imprescindible haberse sometido a la obligación diaria del trabajo. Sin ese contraste, quizá perdieran su valor.

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